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Dario de lejanías / México, 19 de febrero de 2019




           
Un hombre, en la noche de su casa, apaga luces, revisa los seguros de las puertas, se mueve con paso de viejo titán que le ha dado la cara a los tornados. En las ventanas contempla el suave respiro de constelaciones que parecieran nacidas en el soplo cósmico de la Bondad. Piensa en sus hijos que duermen, en la edad de ellos, en el tiempo que le queda a su lado. Cada vez está más presente la muerte en sus meditaciones diarias, un aire vacío que acaricia cortinas. Él remonta la oscuridad, de vuelta. La casa duerme. La casa de otro país, del hiato, del compás de espera. ¿Dónde ha quedado el memorial de sus gestas?¿En verdad su nombre ya no es más un cuenco vacío? Algún día será fantasma, recuerdo de sus hijos una tarde, ya de salida de la escuela, por la acera y bajo la sombra de los árboles. O estampa de un fin de semana en las butacas del cine, o sobre una calle empedrada de Valle Bravo o de Ixtapan de la Sal. Quisiera sí dejar un legado de imágenes indelebles, eso que al final debemos ser. Pero aun así se niega a rendirse ante el odio que le arrancó sus páginas anteriores. Su lejano país se alza justo ahora en las fronteras, se crece, o se eso pareciera. Algún día la naturaleza  y la risa (todo está soportado por la risa, dice Rojas Guardia) volverá a nacer donde llueve la ceniza. Tu nombre será de nuevo tuyo y el barro estará para nuestras manos, la arcilla.






Publicado originalmente en Papel Literario de El Nacional, 3 de marzo de 2019.



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