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Mostrando las entradas de junio, 2018

LOS NOMBRES: FEDOSY SANTAELLA

Por Alberto Hernández 1.- Se puede descubrir el mundo a través de un nombre, de una palabra que designe, que indique, que denote, que pronuncie las letras que identifiquen a una persona o a un objeto. Nombrar es descubrir, deshacer la sombra, conocer, saberse del otro y hasta saberse en el otro. Nombrar es aprender. Y aprehender. El primero que nombró a alguien se supo nombrado. Se descubrió. Y hasta se puso nombre para distinguirse de él mismo. Darle nombre a un árbol, a un animal. Darle nombre a un río, a un lago, a un mar es crearlo. Cada vez que nombramos o nos nombran nos inventan. Nos hacen visibles. “En el principio fue el Verbo”. Sí, el Nombre. Un verbo también nombra. El verbo es persona. Dios es el Verbo. Él se nombró. Se hizo. Cómodo hablar en primera persona del plural, enfático en nombrarse con el otro y ser parte de quien también se hace nombrar. Enseñar la cédula de identidad o el pasaporte nos hace nombrados, existentes. Sin nombre no somos.

Las uñas de Borges

En «Las uñas», texto que pertenece a El hacedor , Borges habla de los dedos de sus pies, a los que «no les interesa otra cosa que emitir uñas». «Guardados» en La Recoleta, sus pies «continuarán su terco trabajo, hasta que los modere la corrupción». Sí, las uñas seguirán creciendo en su muerte; así lo sentencia el poeta, a modo de mínima profecía. Conocía, sin duda, las profecías nórdicas de los Eddas, y no es extraño que escribiera sobre las uñas. Posiblemente sabía que en el Völuspá de la Edda póetica, la völva o vidente anuncia que, llegado el fin del mundo o Ragnarök, la embarción Naglfar, hecha enteramente de las uñas de los muertos, navegará las aguas rumbo hacia el campo de batalla donde morirán los dioses. En El hacedor hay un texto titulado, precisamente, «Ragnarök». Allí los dioses, harapientos y vencidos, aparecen en un sueño del narrador sobre la tarima del Aula Magna de la Universidad de Buenos Aires, donde son baleados por Borges y la multitud. A