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Las uñas de Borges






En «Las uñas», texto que pertenece a El hacedor, Borges habla de los dedos de sus pies, a los que «no les interesa otra cosa que emitir uñas». «Guardados» en La Recoleta, sus pies «continuarán su terco trabajo, hasta que los modere la corrupción». Sí, las uñas seguirán creciendo en su muerte; así lo sentencia el poeta, a modo de mínima profecía.

Conocía, sin duda, las profecías nórdicas de los Eddas, y no es extraño que escribiera sobre las uñas. Posiblemente sabía que en el Völuspá de la Edda póetica, la völva o vidente anuncia que, llegado el fin del mundo o Ragnarök, la embarción Naglfar, hecha enteramente de las uñas de los muertos, navegará las aguas rumbo hacia el campo de batalla donde morirán los dioses.

En El hacedor hay un texto titulado, precisamente, «Ragnarök». Allí los dioses, harapientos y vencidos, aparecen en un sueño del narrador sobre la tarima del Aula Magna de la Universidad de Buenos Aires, donde son baleados por Borges y la multitud.

Así visto, la muerte y el sueño se relacionan estrechamente, y el fin del mundo de igual manera. El hacedor cierra con un poema, «Arte poética», que, en la segunda estrofa, se lee así:


Sentir que la vigilia es otro sueño
que sueña no soñar y que la muerte
que teme nuestra carne es esa muerte
de cada noche, que se llama sueño.


Otro poema, «Ein Traum», publicado en La moneda de hierro (1976), también refiere a la muerte y al fin del mundo como pertenecientes al territorio onírico. Veamos:


        Lo sabían los tres.
Ella era la compañera de Kafka.
Kafka la había soñado.
Lo sabían los tres.
Él era el amigo de Kafka.
Kafka lo había soñado.
Lo sabían los tres.
La mujer le dijo al amigo:
Quiero que esta noche me quieras.
Lo sabían los tres.
El hombre le contestó: Si pecamos,
Kafka dejará de soñarnos.
Uno lo supo.
No había nadie más en la tierra.
Kafka dijo:
Ahora que se fueron los dos he quedado solo.
Dejaré de soñarme.


«No había nadie más en la tierra». Es significativo este verso: el mundo se extingue cuando llega la traición del amor. Soñar ya no vale la pena. Despertar ya ha sido, la traición descubierta es el despertar, de modo que lo que debe ocurrir ya no es la vigilia, sino el dejarse de soñar a sí mismo. Dejarse de soñar, irse, ¿a dónde? Tiene usted dos opciones: al otro sueño que es la realidad, o al otro sueño que es la muerte.


Nótese: el Ragnarök de Borges acontece en lo onírico, y el desvanecimiento de la Tierra de «Ein Traum» ocurre en el mismo ámbito. Con todo, la vigilia también es sueño. La diferencia: la vigilia sueña que no es sueño, que es realidad y verdad. ¿Qué es si no la profecía predictiva? Un sueño del futuro que no quiere ser sueño, un sueño de futuro que juega a ser futura realidad, verdad anticipada.

Podemos decir entonces que Borges jugó a hacer una pequeña profecía de su muerte. Quizás pensaba en las revelaciones escandinavas cuando lo hizo. La barroca (y en cierto modo kitsch) tumba que lo cobija en el cementerio de Plainpalais en Ginebra, puede dar fe de su pasión por los poemas éddicos.

Por un costado de la lápida puede verse una nave vikinga con vela desplegada; por el otro, siete guerreros blandiendo espadas. La inscripción que acompaña a los guerreros está en inglés antiguo y dice, «And ne forthedon na». «Y que no temieran», es la traducción. Se trata de una frase que se encuentra en el poema anglosajón conocido como «La batalla de Maldon», que relata la llegada de una flota vikinga a Essex y su desembarco en el islote de Northey, en medio del Blackwater. Entre el islote y tierra firme había un istmo que fue bloqueado justo antes de la llegada del enemigo por el ealdorman Byrhtnoth y sus hombres. Ante el inminente enfrentamiento, Byrhtnoth comenzó a arengar a sus guerreros. Sobre su caballo, les hablaba de cómo debían apostarse (eran jóvenes y campesinos la mayoría), y los exhortaba a que se mantuvieran prestos con los escudos, «con sus puños firmes y que no temieran». No obstante, la batalla se inclinó hacia los nórdicos, quienes finalmente atravesaron el istmo. Torpe pero heroico, Byrhtnoth murió en el campo.




¿Por qué Borges elige este poema para su tumba? ¿O por qué lo hace María Kodama, viuda omnipresente? Quizás porque enfrenta —une— a los anglosajones y a los vikingos. Borges había sido enfático admirador de ambas lenguas y literaturas. De hecho, el reverso de los guerreros lo ocupa el grabado de una nave vikinga con las velas desplegadas. La frase que acompaña la imagen, «Hann tekr sverthit Gram ok leggr i methal theira bert», está en nórdico antiguo. Nos hallamos ante un verso de la saga islandesa Volsunga, y su traducción es la siguiente: «Tomó la espada Gram y la colocó entre ellos desenvainada».

Las palabras hacen referencia a la trágica historia de Sigurd y Brynhild. Cierto día, Sigurd se encuentra con un castillo rodeado de fuego. Allí descubre a una doncella que duerme dentro de su armadura. Ella despierta y dice llamarse Brynhild. Él, de súbito enamorado, promete esponsales. Luego se marcha y llega al reino de Heimir. Cierta tarde de cacería, Sigurd ve en la ventana de una torre a una bella doncella y pregunta por ella. Le responden que es Brynhild, una dama guerrera que se ha ido a vivir allí hace poco. El héroe la visita y de nuevo descubren su amor, pero ella profetiza que él contraerá nupcias otra y que jamás estarán juntos. Al cabo de un tiempo, Sigurd arriba al reino de Gjuki. Grimhild, la mujer del soberano, ve en Sigurd al futuro marido de su hija y le brinda una cerveza que le hace olvidar cualquier otro amor. Sigurd, en efecto, contrae esponsales con Gudrun. La reina decide que también debe casar a Gunnar, su primer hijo. Sigurd y Gunnar son enviados donde el rey Budli, padre de Brynhild, a cuyo reino ella ha vuelto. Allí se enteran de que la princesa se ha encerrado en una fortaleza rodeada de llamas. Sigurd toma el anillo de su cuñado y también su forma física y, montado sobre su caballo, atraviesa las llamas. Brynhild, al ver a tan valiente extraño (recordemos que tiene la forma de Gunnar), lo recibe gratamente. Pasan juntos tres noches, compartiendo la misma cama. En cada ocasión, Sigurd, fiel a su cuñado y a su esposa, interpone la fabulosa espada Gram entre él y Brynhild. Al cabo, Gunnar desposa a Brynhild. Desde entonces Brynhild no para de elogiar el valor de Gunnar. Gudrun, exasperada, suelta la verdad: quien en realidad cabalgó a través del muro de llamas fue Sigurd. Brynhild cae en un arrebato de ira y le exige a Gunnar que repare con la muerte de Sigurd lo que ella considera una afrenta. Gunnar, astuto y cobarde, le da de comer a Guttorm, su hermano menor, un guisado de serpiente y piel de lobo. Colmado de feracidad, Guttorm entra en la habitación donde duerme Sigurd y lo atraviesa con una espada. Brynhild, al escuchar los llantos de Gudrun, revienta en carcajadas, pero pronto desespera y, enamorada de quien acaba de matar, se clava ella misma una espada. En los funerales, los cadáveres de Sigurd y Brynhild son quemados en la misma pira.

Esta historia de amor y muerte hizo sin duda las delicias de Borges, tanto que, inspirada en ella, escribió un relato. «Hann tekr sverthit Gram ok leggr i methal theira bert» es la frase que usó el autor como epígrafe de «Ulrica», segunda narración de El libro de arena. No por casualidad, en la tumba, debajo de la inscripción del Volsunga, se encuentra también la frase: «De Ulrica a Javier Otárola».




El relato en cuestión narra el encuentro en la ciudad fortaleza de York entre una joven noruega de nombre Ulrica y un ya maduro profesor colombiano de nombre Javier Otárola. La crónica abarca, como dice el narrador «una noche y una mañana». Durante la noche se conocen, en la mañana salen a caminar luego del desayuno. Ella es una noruega alta, ligera, de ojos grises y con un aire de tranquilo misterio, tal como la describe Otárola. Por el camino hablan de los noruegos y de Inglaterra. Ella dice «Inglaterra fue nuestra y la perdimos, si alguien puede tener algo o algo puede perderse».

¿Me he alejado de las uñas?  No, porque no nos hemos alejado de la muerte ni de la profecía, tampoco del sueño.

En cierto momento, Ulrica le promete que, al llegar a la posada, ella será suya. Otárola comenta que todo aquello es como un sueño. Ulrica anuncia que pronto oirán un pájaro cantar y, en efecto, se escucha al pájaro. Otárola dirá que en esas tierras piensan que quien «está por morir prevé el futuro.» Ulrica responde: «Y yo estoy por morir». Nada más dicen. Luego ella le pide que repita su nombre y acota que prefiere llamarlo Sigurd. Otárola replica que la llamará entonces Brynhild. A poco él observa que ella camina como si quisiera que entre ellos dos hubiera una espada en el lecho.

Así, como vemos, en «Ulrica» está el sueño del amor, el mismo del poema de Kafka, y la muerte, que es como un sueño. Y el futuro, la profecía, otra forma del sueño.

Brynhild preconiza la tragedia de su amor, Ulrica el canto de un pájaro, Borges adelanta que sus uñas y su barba seguirán creciendo, y que será enterrado en La Recoleta. Con el sitio se equivocó. Con las uñas, pues dicen que en realidad no crecen después de la muerte, sino que la piel se encoge por deshidratación. Las explicaciones científicas a veces entorpecen el ensueño de la poesía.

Con todo, Borges no dejó de escribir sobre las uñas. No una, sino dos veces, porque en La cifra, entre esos «Diecisiete haiku» que escribió, el número 10, dice así:


El hombre ha muerto.
La barba no lo sabe.
Crecen las uñas.






Bibliografía
Jorge Luis Borges. Obras completas 1923-1972. Emecé (Buenos Aires, 1974)
Jorge Luis Borges. El libro de arena. Alianza (Buenos Aires, 1998)


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