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Mostrando las entradas de agosto, 2018

El orden del Universo y la oscuridad de los mostrencos

Hace unos años tuve la fortuna de contar con la visita de la escritora Antonieta Madrid en el diplomado de narrativa que yo coordinaba para la Universidad Católica Andrés Bello y el ICREA. Ese día, mi querida Antonieta hizo una buena cantidad de observaciones agudas, sabias y poéticas sobre el arte y la vida. Entre otros asuntos, habló sobre el orden y el caos, y lo hizo por medio de lo que podríamos llamar una anécdota ejemplar nacida de su relación amorosa con el poeta Darío Lancini. Antonieta observó que ella era maniática del orden y que Lancini, en cambio, permanecía feliz en el reguero, entre el caos de sus cosas en la casa. Aquello ocurría porque, según había meditado, el poeta Lancini era dueño de una profunda tranquilidad u orden interior que no necesitaba de nada más, mientras ella, que siempre vivía en una constante revuelta interna, urgía de mantener el mundo exterior bajo su domonio, lo que por lo menos resultaba algo conciliador entre tanto remolino de adentro.

A Quiet Place, o las formas del silencio

             Estamos obsesionados con llenar todo de sonidos, con que todo comunique. Así es el horror al vacío del hombre occidental. Nuestros celulares tienen que sonar siempre, y ya empiezan a hablar incluso; en cualquier lado hay música de ambiente, los ascensores nos indican a qué piso llegamos y las máquinas que reciben nuestros tiquetes de estacionamiento nos advierten que manejemos con cuidado… el mundo se ha convertido en un gigantesco efecto sonoro. Paradójicamente, es tanto el sonido de las cosas, tal su invasión, tanto su ruido, que ya nada dicen. El ruido se convierte así en un gran silencio, o en un gran ruido blanco. Hemos dejado de comunicarnos de tantos que quieren decir al mismo tiempo, de tantos que quieren comunicar sus ofertas, sus opiniones, su furia, sus alegrías, sus verdades de redes sociales. Pero también el gran silencio puede nacer de la opresión, de un poder que sólo espera que intentemos comunicarnos para caernos encima, para aplastarnos. Es el sil