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El orden del Universo y la oscuridad de los mostrencos




Hace unos años tuve la fortuna de contar con la visita de la escritora Antonieta Madrid en el diplomado de narrativa que yo coordinaba para la Universidad Católica Andrés Bello y el ICREA. Ese día, mi querida Antonieta hizo una buena cantidad de observaciones agudas, sabias y poéticas sobre el arte y la vida. Entre otros asuntos, habló sobre el orden y el caos, y lo hizo por medio de lo que podríamos llamar una anécdota ejemplar nacida de su relación amorosa con el poeta Darío Lancini. Antonieta observó que ella era maniática del orden y que Lancini, en cambio, permanecía feliz en el reguero, entre el caos de sus cosas en la casa. Aquello ocurría porque, según había meditado, el poeta Lancini era dueño de una profunda tranquilidad u orden interior que no necesitaba de nada más, mientras ella, que siempre vivía en una constante revuelta interna, urgía de mantener el mundo exterior bajo su domonio, lo que por lo menos resultaba algo conciliador entre tanto remolino de adentro.

Han pasado, ya he dicho, años, y la anécdota no se me olvida. Hace poco conversaba con mi suegra en la cocina de mi casa luego de un desayuno. Yo fregaba (tiempo atrás escribí un texto donde hablo del «arte» de fregar trastes) y ella me comentaba que una de sus hijas acostumbra poner los platos y las ollas que va usando en el lavador automático, y que, llegada cierta hora álgida, los somete a limpieza en dicho artefacto. Me quedé pensando en esa técnica y le dije que yo no la aplicaría, porque, simplemente, no podría hacer ninguna otra cosa estando al tanto de que en alguna parte de la casa están esos platos sucios. No puedo, simplemente no puedo. Tal como diría mi señora madre, estaría con la «piquiña» de saber que en el lavaplatos late la suciedad de unos platos, de unas ollas, de unos vasos. Mi suegra me contó que a ella le pasa algo similar, pero con las camas. Que ella, por ejemplo, no puede levantarse un domingo y dejar la cama revuelta, así sea domingo y no vaya a salir en todo el día de la casa. Para ella, la cama tiene que estar hecha. Mi caso, le dije, es también el mismo. Yo no puedo estar en paz si la cama está revuelta y, así repose de nuevo sobre la cama viendo una peli o leyendo, prefiero que la cama esté hecha.

¿Asuntos de orden y caos externos e internos? No lo sé. A mí me maravilla el orden, e incluso la belleza ordenada de ciertos caos, como el de algunas ciudades, por ejemplo. Aunque no soy bueno para las matemáticas ni la física, me admira saber que el universo tiene un orden establecido que existe y se determina por medio de fórmulas increíbles.

Hace poco descubrí en el Museo de Ciencia de la UNAM que un nudo es una curva cerrada dentro de un espacio tridimensional. Es decir, que un nudo es un círculo enredado en el espacio. No sé si lo he dicho bien, por favor, entiéndase que no soy matemático, pero estar consciente de que detrás del caos existe un universo estructurado me lleva a pensar en la belleza, la armonía, el equilibrio e incluso en el amor y en la paz de un orden superior que puede usted entender como Dios o inteligencia suprema o Naturaleza, como quiera.  

Estas maravillas del orden universal también me han llevado a visualizar lo pequeño que soy -que somos-, y de lo importante que debería ser para el alma dicha noción de humildad ante estos misterios y grandores. Quizás, si los mostrencos que gobiernan Venezuela estuvieran más al tanto de estos asuntos, comprenderían el sufrimiento que infligen y no actuarían como lo han hecho todos estos años y cada vez peor. Pero el orgullo y la ambición no los dejan. No pueden ver el orden superior que los precede y los rodea. La única matemática de su oscuridad es más oscuridad y, por extensión, un país entero también sufre esa multiplicación asesina. En estos tiempos pareciera que un caos sin geometrías, sin matemáticas de fondo, se ha apoderado de todo. ¿No son importantes entonces las ideas de armonía, belleza y orden? ¿Debemos dejarlas a un lado en medio de la oscuridad que hace de un país un inmenso agujero? O por el contrario, ¿debemos trabajar, persistir para que la oscuridad no se trague todo, a pesar incluso de que nos cueste horrores?

Al final no he sabido bien qué decir con este texto. Empecé por un lado y terminé en otro. O quizás no. Diga usted. Con todo, acá lo dejo, estas meditaciones perdidas sobre el caos y el orden. Sobre el país, su dolor y la oscuridad de los mostrencos.

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