José
Urriola (Caracas, 1971) es uno de los autores venezolanos que se ha ido ganado
a pulso un espacio fundamental en la literatura nacional. Cuenta con satisfechos
lectores a los que sorprende con su propuesta particular llena de música,
cultura pop, literatura fantástica y ciencia ficción. Entre el humor, la
ternura, la creatividad, el amor y la exploración del yo, su obra viene marcando
un lugar justificadamente aparte, diferenciado.
Este año, Urriola ha sido invitado a
la Feria del Libro de Guadalajara a participar en una de las mesas más
atractivas de la feria, donde escritores de distintas regiones de Latinoamérica
se encuentran para hablar de su escritura y de la escritura de sus
contemporáneos.
Aquí,
una conversación sobre su obra y la feria del libro de Guadalajara…
En tu blog, Rostros de viento, se lee en tu biografía que eres hijo de
escritor y bióloga, y que tal unión hace que le rindas necesariamente culto a
la ciencia ficción. ¿Crees que Venezuela tiene una especie de tradición
subterránea, digamos de la ciencia ficción?
Es correcto, la tradición existe,
existe el culto a la ciencia ficción en Venezuela. Es de larga data y cada vez
(eso creo y eso espero) más evidente, pero como bien señalas ha sido algo más
bien subterráneo, que se mantiene en el ámbito de la subcultura.
Principalmente, en mi opinión, veo que ha existido una ciencia ficción bicéfala
en el caso venezolano: la que proponen autores que vienen de las ciencias y la
tecnología (que suele ser una ciencia ficción más dura y más inclinada hacia lo
científico) y otra que corresponde a una ciencia ficción más humanista, más
blanda, más cercana a la ficción que a la ciencia, que se asemeja más a La invención de Morel de Bioy Casares
que a las historias de robots y viajes espaciales de Asimov.
En tus dos novelas Experimento a
un perfecto extraño y Santiago se va pareciera
haber una búsqueda fragmentada del personaje protagonista, pero al mismo tiempo
queda la sensación de que esa búsqueda es también la de la realidad, como si en
la medida que nos conocemos o nos desconocemos la realidad fuese distinta. ¿Es
así? ¿Lo has pensado de tal manera?
Se dice que eso que llamamos
identidad es el propio relato que ha cristalizado en nuestra memoria. Y por
otro lado, aseguraba François de Chateaubriand que el error de los hombres era
considerar que su vida era una sola, cuando en realidad eran varias y además
estaban mal conectadas entre ellas. Al final eso que llamamos identidad y
realidad -lo que nos permite tener un asidero en este caos que es la
existencia- no son sino (auto)construcciones que nos permiten más o menos organizarnos,
otorgarles medianamente un orden a los acontecimientos de la vida para así
poder lidiar con el absurdo. Y esa organización que hacemos por medio del
relato, esa construcción que hacemos de nosotros y del mundo a nuestro
alrededor, puede ir cambiando y se puede reestructurar dependiendo de la
perspectiva que asumamos, del momento vital en el que hacemos la construcción,
de las materias primas con las que decidamos edificarnos. Somos como colchas
armadas de retazos a partir de coser memorias, invenciones, relatos y material
genético.
También, en este sentido, pienso en la idea del fantasma en la máquina de Gilbert Ryle y a su repaso cartesiano de
la dicotomía cuerpo / alma. En tus libros siempre hay máquinas que de algún
modo, en su belleza, contienen una poética del alma. ¿Por qué esa búsqueda de
la máquina en tu obra que, como digo, a su vez produce una poética de la
creatividad, del espíritu humano?
Pienso que las tecnologías y las
artes son hermanas, pero pareciera habérsenos olvidado. Por un tiempo ambas estuvieron
profundamente imbricadas, cohabitaban de una manera simultánea e indisoluble.
Así fue, por ejemplo, en la época dorada de los autómatas. También fue así
cuando nació el cine. En cierta forma, los avances de las ciencias y la
tecnología eran indistinguibles de la magia. Los inventos tecnológicos estaban
al servicio de la creatividad artística, eran manifestaciones materiales de la
poética, eran simples variantes del acto mágico. Siento que eso en gran medida
se ha perdido. Pero a veces, eventualmente, alguien se acuerda de inventar una
máquina imposible que aparentemente no sirve de nada (es decir, que no tiene un
uso funcional o pragmático) sino que sirve simplemente para conectar o
revincular la tecnolgía con la magia. En ese momento, cuando eso se logra, el
creador de la máquina/obra vuelve a ser Prometeo que le entrega el fuego a los
hombres, un fuego que no es otra cosa que su propio fantasma, su espíritu más
esencial e íntimo, que se transvasa de manera honesta, auténtica y lúdica a su
creación o criatura.
Estudiaste Comunicación Social, hiciste un postgrado en cine. Más allá
de las referencias cinematográficas, ¿influye de alguna manera el periodismo y
el cine en tu escritura?
Absolutamente. Para mí escribir es
un acto de comunicación. Me obsesiona que las historias que intento escribir se
comprendan, que se conecten los acontecimientos que la componen como si se
tratara de escenas y secuencias de un guion audiovisual, intento cuidar siempre
que los cabos no queden sueltos, que cada elemento esté en su lugar y
debidamente justificada su presencia, que estén allí porque aportan algo
sustancial para la historia que pretendo contar. Sin ornamentos ni florituras.
Sin ruido. Para mí todo eso es más importante que el vuelo lírico y los
malabares lingüísticos o narrativos. Soy grandísimo admirador del difícil y
cada vez más escaso arte de echar los cuentos bien echados.
En tus novelas está muy presente la música, que en ocasiones guía la
trama y establece las atmósferas, los estados espirituales de los personajes. ¿Concibes
la música como un elemento narrativo? Y ya dentro del ámbito personal, ¿qué tan
importante ha sido la música en tu vida?
En lo personal la música es el
epicentro, el catalizador y el factor decantador de todo. Estoy convencido de
que al final nos parecemos, sobre todo, a la música que escuchamos. Todo lo que
he escrito, desde una microficción hasta una novela, comenzó siendo una
canción. Una canción que me sugiere una historia, es la música la que de pronto,
como en una epifanía, entra en comunicación -como banda sonora personalísima-
con el paisaje que observo mientras camino. Allí ocurre para mí la escritura,
el acto creativo se gesta en ese instante. Claro, luego viene una parte
(necesaria pero engorrosa) en la que uno se sienta a intentar aterrizar eso que
ya has escrito mentalmente pero ahora en letras. Y ojalá no traiciones en el
proceso el espíritu de la musa-música que te inspiró.
Estarás en la Feria internacional del libro de Guadalajara, en la mesa
Latinoamérica Viva. ¿Con cuáles escritores estarás? ¿Qué esperas encontrar
allí? ¿Qué tienes planificado decir?
Estaré en una mesa junto a los
escritores Rodrigo Fuentes (Guatemala), Andrés Burgos (Colombia), Alejandro
Zambra (Chile), moderada por María Fernanda Ampuero (Ecuador) donde cada cual
hablará “en una charla informal y relajada” sobre sus realidades literarias y
cómo es escribir en cada una de sus trincheras. Yo hablaré con toda sinceridad y
con un toque de humor (que de lo contrario nos morimos de aburrimiento y
tristeza) de los malabares que tiene que hacer para sobrevivir un escritor
venezolano, especialmente cuando el escritor venezolano intenta sobrevivir en
México.
También estaremos en el evento: “Estamos
aquí para decir Venezuela: literatura, edición y promoción cultural”, junto a
Tibisay Guerra Morantes (Autores Venezolanos) y mis editores Rodnei Casares y
Alberto Sáez (Libros del Fuego).
¿Cuál crees es la importancia de una feria de libros? La de Guadalajara
es una de las más importantes no sólo de América, sino del mundo.
La FIL de Guadalajara es una fiesta.
La gente va con ánimo festivo a conocer, a intercambiar, a bailar, a comer, a
beber. A trabajar pero sin olvidarse de pasarla bien. Y si bien es una feria
muy seria y prestigiosa en todos los aspectos (hay que verle la cara a montar
todos los años una feria de esas dimensiones y con esa organización impecable),
se preocupa también por ser un espacio abierto, relajado, distendido. Ves a
Paul Auster o a Emmanuel Carrère ahí, mirando libros en los stands, mezclados entre la gente,
hablando con los estudiantes de secundaria de una escuela pública de
Guadalajara, como cualquier vecino. En las noches los vuelves a ver pero esta
vez bailando salsa y tomándose un mezcal. Sin poses ni protocolos. Eso es una
belleza, acerca realmente y con toda naturalidad a las personas a los libros, a
los escritores, a lo literario. Y ese aporte en estos tiempos que corren es
extraordinariamente valioso, de un simbolismo enorme.
También es la constatación de que
esa tecnología llamada libro y todo el tinglado que se sostiene alrededor del
libro sobreviven aún y van a vivir entre nosotros largo tiempo más.
¿Crees que no se conoce suficiente de la literatura venezolana en el
continente? ¿En México, donde ahora resides? Digo, pareciera que la
participación de los venezolanos en la feria siempre es muy pequeña.
No puedo dejar de decirlo ni tampoco
de percibirlo así: la literatura venezolana sigue siendo la gran gema oculta de
las letras de Latinoamérica. No es por nada pero qué calidad tan enorme como
como poco difundida la de los escritores venezolanos. Colegas que están al
nivel (o incluso varios peldaños por encima) de los más admirados escritores en
lengua castellana del espectro hispanoparlante. Venezuela sigue produciendo
grandísimos escritores, las editoriales venezolanas siguen publicando
magníficos libros, pero en el resto del continente se sabe poco sobre esos
nombres y esas obras. Es verdaderamente triste y a la vez es una oportunidad
para seguirle dando con todo: se darán cuenta algún día, las miradas que han
permanecido esquivas a Venezuela o mirando hacia otras partes pondrán en su
horizonte a los autores y editoriales de Venezuela. Es cuestión de tiempo, hay
que seguir en la brega, pero no me cabe duda de que así será.
¿Qué trae José Urriola bajo la manga en estos días? ¿Qué escribe? ¿Viene
alguna publicación?
He estado trabajando en dos novelas
que, junto a Santiago se va (2015), complementarán lo que llamo “la trilogía de
Santiago”. Una de esas novelas se llama Fisuras
y se construye a partir de las cartas que Pablo Iribarren, hermano de
Santiago, le escribe a lo largo de sus diez años de ausencia. Pablo es músico,
cada carta va acompañada de un tema musical que ha compuesto, esta vez la banda
sonora original de Fisuras está a
cargo de los músicos venezolanos Alejandro Silva Diez y Javier Camacho. La otra
novela que he escrito para cerrar esta trilogía se llama Resurrectus, es una distopía narrada por Mateo Iribarren (hijo de
Santiago) en el marco de una sociedad hedonista donde todos los trabajos
indeseados y todas las taras sociales (violaciones, asesinatos, patologías de
toda índole) se suplen con resurrectos que han sido traídos de la muerte para
cubrir esas plazas y satisfacer las necesidades de los vivos. Uno de esos
resurrectos es el mismo Santiago Iribarren. Viene en camino una revolución, los
revolucionarios son aún peores que los que están en el poder, la clave para
evitar un nuevo fin del mundo la tiene el padre de Mateo.
Y finalmente, fuera ya del universo
de Santiago, he terminado de escribir hace apenas unas semanas una novela sobre
un hombre que, con ayuda de una máquina imposible heredada de un tal Macedonio
Fernández, materializa a los fantasmas que lo han estado acosando a lo largo de
su vida. Los convierte uno a uno de nuevo en personas, les da un cuerpo, los
arroja de nuevo a la vida y así se va deslatrando de ellos. O eso espera él. De
eso va Fantasmáquina.
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