Por José Antonio Parra
Ciudades que ya no existen lanza al lector hacia el sutil juego entre los límites de la ficción y la realidad. Fedosy Santaella concibe esta pieza basado en una serie de relatos, aparentemente autónomos, que se van progresivamente entrelazando hasta constituir un todo sobre fragmentos de realidad. Desde el comienzo uno se ve inmerso en una atmósfera profundamente surrealista; en el mismo primer relato, “El belizná del bosque”, Santaella hace metaficción y señala: “aquella frase siempre marcó el final del sueño, y él nunca había ido más allá, por lo que llegó a concluir que al otro lado estaba la realidad”.
Los primeros textos que componen Ciudades que ya no existen son abiertamente atmósferas oníricas. Uno es introducido a la corriente de la conciencia de personajes de origen ruso. En estos estadios iniciales de la narración, hay un proceso de definición paulatina de los caracteres, de su entorno y del anecdotario en el que se desenvuelven.
El lector queda enganchado a partir del exotismo de estas secuencias iniciales. El tono luego se hace más ligero y se explaya en las anécdotas de meretrices y los clubes donde éstas se hallan. De igual forma hay un exquisito manejo del humor negro con que son tratados aspectos típicos de la sociedad venezolana y, más específicamente, de la cultura de Puerto Cabello. Tópicos hilarantes como el “rumbero” o los juegos de fútbol de los clubes de ciudades venezolanas se entremezclan con la puesta en escena de la experiencia narcótica y la versión criolla de personajes propios de Tarantino; a quien el autor hace referencia con registros de la cultura pop como Meteoro y Peter Gabriel. Santaella apela a la ruptura narrativa para la introducción de tramas paralelas, basando su estética, por un lado en un discurso progresivo y por el otro, en uno reflexivo.
La aparición del José Luis Rimbó, personaje elaborado un poco a la manera de los alteregos de Chuck Palahniuk, pasa a ser una alegoría totalizadora de los múltiples relatos que componen el texto. El personaje pone en evidencia el viaje que ha experimentado Fedosy Santaella desde su adolescencia en Puerto Cabello hasta su llegada a Caracas en tanto estudiante de Letras, así como el paso de sus relaciones con meretrices hasta la consolidación de relaciones “más estables” pasando por el ménage à trois, inclusive. De hecho Santaella lo pone en evidencia al hacer referencia a tópicos de la mitología como Sísifo y a una “Hécate sabrosona”. Intuyo que el propio cíclope Polifemo está metaforizado por un hombre “nagual” de seis dedos; así mismo hay referencias al viaje a través del Ulysses de Joyce. La expresión directa del absurdo del hombre frente al mundo –localmente la realidad venezolana— aparece en situaciones cargadas de muchísimo humor y, yendo más allá, hacia una tonalidad similar a la de Mersault en El Extranjero. Eventualmente el cosmos de Santaella se consolida en una serie de relatos que van cerrando y dando naturaleza circular a la pieza, el preciosismo estético alcanza ciertos matices que quedan en evidencia con la apelación que el autor hace al texto de Huidobro: “Abrid la tumba: / al fondo se ve el mar”. Así, la odisea de Fedosy Santaella lo trae de nuevo al hogar, a Puerto Cabello, lo trae a Puerto de modo similar a como Ulises regresa a Itaca. “Muelles lejanos”, el hermoso título del último relato, es una vuelta al escenario de la infancia, a los padres, la resolución de la tensión hombre-mujer y padre-hijo; es la aglutinación de toda una serie de circunstancias que viven en el universo de Ciudades que ya no existen.
Ciudades que ya no existen lanza al lector hacia el sutil juego entre los límites de la ficción y la realidad. Fedosy Santaella concibe esta pieza basado en una serie de relatos, aparentemente autónomos, que se van progresivamente entrelazando hasta constituir un todo sobre fragmentos de realidad. Desde el comienzo uno se ve inmerso en una atmósfera profundamente surrealista; en el mismo primer relato, “El belizná del bosque”, Santaella hace metaficción y señala: “aquella frase siempre marcó el final del sueño, y él nunca había ido más allá, por lo que llegó a concluir que al otro lado estaba la realidad”.
Los primeros textos que componen Ciudades que ya no existen son abiertamente atmósferas oníricas. Uno es introducido a la corriente de la conciencia de personajes de origen ruso. En estos estadios iniciales de la narración, hay un proceso de definición paulatina de los caracteres, de su entorno y del anecdotario en el que se desenvuelven.
El lector queda enganchado a partir del exotismo de estas secuencias iniciales. El tono luego se hace más ligero y se explaya en las anécdotas de meretrices y los clubes donde éstas se hallan. De igual forma hay un exquisito manejo del humor negro con que son tratados aspectos típicos de la sociedad venezolana y, más específicamente, de la cultura de Puerto Cabello. Tópicos hilarantes como el “rumbero” o los juegos de fútbol de los clubes de ciudades venezolanas se entremezclan con la puesta en escena de la experiencia narcótica y la versión criolla de personajes propios de Tarantino; a quien el autor hace referencia con registros de la cultura pop como Meteoro y Peter Gabriel. Santaella apela a la ruptura narrativa para la introducción de tramas paralelas, basando su estética, por un lado en un discurso progresivo y por el otro, en uno reflexivo.
La aparición del José Luis Rimbó, personaje elaborado un poco a la manera de los alteregos de Chuck Palahniuk, pasa a ser una alegoría totalizadora de los múltiples relatos que componen el texto. El personaje pone en evidencia el viaje que ha experimentado Fedosy Santaella desde su adolescencia en Puerto Cabello hasta su llegada a Caracas en tanto estudiante de Letras, así como el paso de sus relaciones con meretrices hasta la consolidación de relaciones “más estables” pasando por el ménage à trois, inclusive. De hecho Santaella lo pone en evidencia al hacer referencia a tópicos de la mitología como Sísifo y a una “Hécate sabrosona”. Intuyo que el propio cíclope Polifemo está metaforizado por un hombre “nagual” de seis dedos; así mismo hay referencias al viaje a través del Ulysses de Joyce. La expresión directa del absurdo del hombre frente al mundo –localmente la realidad venezolana— aparece en situaciones cargadas de muchísimo humor y, yendo más allá, hacia una tonalidad similar a la de Mersault en El Extranjero. Eventualmente el cosmos de Santaella se consolida en una serie de relatos que van cerrando y dando naturaleza circular a la pieza, el preciosismo estético alcanza ciertos matices que quedan en evidencia con la apelación que el autor hace al texto de Huidobro: “Abrid la tumba: / al fondo se ve el mar”. Así, la odisea de Fedosy Santaella lo trae de nuevo al hogar, a Puerto Cabello, lo trae a Puerto de modo similar a como Ulises regresa a Itaca. “Muelles lejanos”, el hermoso título del último relato, es una vuelta al escenario de la infancia, a los padres, la resolución de la tensión hombre-mujer y padre-hijo; es la aglutinación de toda una serie de circunstancias que viven en el universo de Ciudades que ya no existen.
Ciudades que ya no existen. Fedosy Santaella. Segunda Edición: Bruguera Ediciones. Caracas, 2012. Primera
edición: Fundación para la Cultura Urbana. Caracas, 2010.
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(Texto originalmente
publicado en Papel Literario)
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