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LAS PERIPECIAS LITERARIAS DE FEDOSY SANTAELLA

Luis Guillermo Franquiz


(El donkey de Zhang Huan)


Desde el comienzo de la historia, el lector se siente sumergido en un relato poco convencional, casi inverosímil, como si se enfrentara a un extraño espejismo que refleja una realidad tangencial que incomoda por su familiaridad. Los guiños literarios comienzan a aparecer bastante pronto, al final de un párrafo, en una descripción momentánea, pero se identifican como parte de un juego al que hemos sido invitados desde el principio. La destreza del escritor reside en saber capturar la atención de quien lee, seducirlo, llevarlo de la mano hasta la página siguiente, y de esa forma mantenerlo cautivo hasta el final. Existe el riego de aburrirse, de cansarse o de no creer lo suficiente en eso que se nos cuenta, pero Fedosy Santaella ha sabido sortear muy bien estos escollos narrativos con su novela Las inéditas peripecias de Teofilus Jones.

En el prólogo a su libro de ensayos La verdad de las mentiras, Mario Vargas Llosa sostiene que: “La ficción es un arte de sociedades donde la fe experimenta alguna crisis, donde hace falta creer en algo, donde la visión unitaria, confiada y absoluta ha sido sustituida por una visión resquebrajada y una incertidumbre creciente sobre el mundo en que se vive y el trasmundo”. Así, Santaella logra introducirnos en una sociedad paralela, muy similar a la nuestra, con las mismas carencias y defectos, pero lo hace con una visión traviesa, permitiendo que el lector sonría ante un escenario ficticio que reconstruye para sostener la anécdota que nos narra y describe. La figuración literaria ha sido levantada para reconocerse, para reconocernos, y de esta forma la trama ejecuta una prestidigitación de factores que juegan a reconformar la realidad fuera de la ficción. El autor logra ensamblar algo que he preferido denominar como realismo lúdico.


Vargas Llosa también acota, mucho más adelante en su ensayo, refiriéndose a la literatura en las sociedades abiertas y cerradas, que en las primeras sobresale la autonomía en la ficción por encima de la realidad histórica, porque ambas logran coexistir sin ocupar el espacio que cada una reclama; pero luego aclara: “En las sociedades cerradas sucede al revés. Y, por eso, tal vez la mejor manera de definir a una sociedad cerrada sea diciendo que en ella la ficción y la historia han dejado de ser cosas distintas y pasado a confundirse y suplantarse la una a la otra cambiando constantemente de identidades como en un baile de máscaras”. Queriendo o no, Fedosy Santaella se las ingenió para inmiscuirse en el acontecer histórico y revelar las fracturas que subyacen bajo otros tópicos menos sobresalientes; pero el jugo que alimenta su trama es reconocido por todos, sencillamente porque nos afecta a todos por igual, salpicando a cada lector y ciudadano en este país donde la incertidumbre es la única regla fija.

Lo especial en la prosa de Santaella, y en la trama de su novela, es que el autor se vale de un tono alegórico, fantástico, para introducir personajes casi irreales que sorprenden por su exquisita verosimilitud: una secta de budistas terroristas, un burdel clandestino que sirve de fachada para un grupo de sacerdotisas libidinosas, un contrabandista belga aficionado a las imprecaciones, un detective moderno con reminiscencias de Sam Spade, un protagonista antihéroe que lo es sin saberlo, cierto felino secreto que revela las fracturas del régimen teocrático… Todo este collage funciona con otras pinceladas laterales: la burocracia del gobierno, la ausencia de lluvias, los conflictos eléctricos, la sensación de irrealidad llevada al extremo. Pero nada de esto es presentado bajo un esquema dramático, todo lo contrario, y es allí donde reside la punta de lanza narrativa de este escritor contemporáneo: uno no puede evitar ciertas sonrisas conforme avanza en la lectura.


He leído que el autor de Las inéditas peripecias de Teofilus Jones recomienda a sus alumnos la práctica y el estudio de la escritura, la cohesión lógica de los detalles, el uso de estructuras narrativas, la preponderancia de la historia por encima del tema, la utilización de palabras precisas y la simplicidad sobre todo lo demás. Es satisfactorio descubrir que Santaella es un profesor que ejecuta lo que predica, en mayor o menor escala, en cada uno de sus textos. Me satisfizo descubrir que su novela tiene dos lecturas: en la superficie es liviana, ágil, mordaz, directa; pero en el fondo, la técnica narrativa revela las peripecias de un autor comprometido con su trabajo y lo suficientemente flexible para experimentar con ello y gozar en el proceso.

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