Todo empezó hace unos diez o doce años. Yo tenía un programa de radio en Valencia junto con mi amigo José Javier Rojas. Se llamaba El arte del ocio. El programa iba de lunes a jueves, en las noches, a eso de las ocho y media. Con ese nombre, te imaginarás de las cosas que hablábamos allí. Además no era un programa pre-producido en conjunto. José Javier investigaba por su lado y yo por el mío, y luego llegábamos al programa y nos poníamos a hablar de las cosas que habíamos encontrado, como si estuviéramos en la sala de nuestras casas. Era divertido, poníamos además la música que queríamos. Así, entre una investigación y otra, llegué a Caracas física y espiritual de Aquiles Nazoa. Allí se narra la historia del Duque de Rocanegras con mucho arte, con mucho sabor. A mí me gustó la nota curiosa, llevé el libro al programa y allá comenté la vida de Vito Modesto. Luego pasó el tiempo, como pasan las cosas que no tienen mucho sentido, como dice Sabina, y me olvidé del Duque. Pero el Duque no se olvidó de mí. Lo fui encontrando por ahí. Me lo tropecé en Así son las cosas y en Memorias de Armandito de Oscar Yanes. Leí con pasión aquellas nuevas incursiones de Vito Modesto en mi vida y de algún modo comencé a sentirme experto en el personaje. Luego, en cierta feria del libro, di con el Diccionario de historia de Venezuela de la Fundación Polar, y busqué en éste el nombre de nuestro personaje. Pues lo encontré, leí su biografía y me pareció que lo allí dicho era lo que ya conocía (recordemos que yo me consideraba un experto en Rocanegras). Pero al pie de página, en la bibliografía, descubrí un dato nuevo y maravilloso: descubrí que Vito Modesto había escrito un libro que se titula Mis memorias. Se trataba sin duda de una biografía. El picor de la curiosidad se apoderó de mí, y cuando me vine a dar cuenta me encontraba en la Biblioteca Nacional, en la sala de libros raros, pidiendo el único ejemplar de Mis memorias registrado en la biblioteca. Ese mismo día transcribí íntegro, a mano, el ejemplar de aproximadamente 110 páginas (no podía esperar por la copia digital, estaba muy emocionado). Estuve desde temprano en la mañana hasta la tarde copiándolo; ni siquiera almorcé. Aquel libro era una maravilla, aunque no se trataba realmente de una biografía. Era una absoluta mamadera de gallo. En sus páginas Vito Modesto dice que le cayó un coco en la cabeza cuando era chiquito, y que se despertó en un rancho donde una bruja le dijo que él sería el rey del carnaval, y el hombre más bello del país. Allí, Vito también dice que su sueño es encontrar una princesa para irse a vivir con ella en un fabuloso palacio. Quedé fascinado, y pensé en escribir un libro de aventuras muy particular. La aventura sería sobre libros, de cómo fui saltando de un libro a otro gracias a los trabajos de un personaje que me buscaba, que insistía. Porque es así, yo siempre digo que Vito Modesto Franklin fue quien me buscó, y no al revés. Así, empecé a escribir este libro de aventuras librescas, pero nada, no me salía. El personaje parecía pedirme más. Empecé entonces a buscar en libros de historia. Vito Modesto se instauraba en los tiempos de Gómez. De modo que comencé a buscar sobre ese momento, sobre esos años en particular (1920 en adelante). Historia Fundamental de Venezuela, de Salcedo Bastardo, Juan Vicente y Eustaquio Gómez, de José Alberto Calle, La Guaira, tiempo de Gómez de Amador Clark, Caracas, la ciudad que se nos fue, de Alfredo Cortina, La ciudad en el imaginario venezolano, del tiempo de Maricastaña a la masificación de los techos rojos, de Arturo Almandoz (este último me ayudó mucho a visualizar la ciudad de ese tiempo), entre otros tantos, formaron parte de mi investigación. Gómez, el amor del poder, de Domingo Alberto Rangel fue fundamental. No me interesaba saber si los datos que allí recogía Rangel eran ciertos o no, porque al fin y al cabo yo escribiría ficción. Pero lo que sí es cierto es que en ese libro encontré un detalle iluminador. Rangel dice que la noche de su asesinato, Juancho Gómez había estado en el teatro Olimpia, departiendo con Vito Modesto Franklin. Aquel fue el fogonazo, la maravilla total. ¡Ya estaba: yo escribiría una historia donde Vito Modesto Franklin tuviera que ver en cierta forma con el asesinato de Juancho Gómez! Por aquel entonces también estaba leyendo historias de caballeros ladrones. Los personajes de Arsenio Lupin (Maurice Leblanc), Frederic Larsan (Gastón Lerpux), y Rocambole (Ponson Du Terrail) poblaban mis lecturas. Así que la conexión fue inmediata. Todos esos vacíos que Rocanegras tenía en su vida y que él mismo había dejado, podían ser llenados en la ficción. Con todo esto en mente, convertí a Rocanegras en un caballero ladrón (su leyenda —cosa que yo no inventé— cuenta que estuvo en Europa), emparentándolo con la novela criminal francesa; y así también lo ligué a la historia del asesinato de Juancho Gómez, uno de los mayores misterios de la historia política de Venezuela. El resultado, esta novela que mezcla la novela negra con la novela histórica, y que convierte a un personaje del pasado venezolano en un ex caballero ladrón.
Los libros, por lo general, llevan una hoja en blanco de primera página. Mire usted qué detalle: se le llama hoja de respeto o de cortesía. Nadie se detiene en ella. Creo que deberíamos hacerlo, tan sólo por un instante. Creo que deberíamos también, mientras vamos leyendo, estar conscientes de que, la primera página de ese libro es una página de respecto, de cortesía. Una página que calla. No importa el contenido, no importa la materia: todo libro que tenga esa hoja de respeto contiene la poesía. Esa hoja en blanco es la poesía, es la imagen perfecta de una revelación que no puede ser dicha con palabras. Lo que nos excede, lo que nos colma justo antes de la avalancha de las palabras. Los poetas lo saben. El buen poema está repleto de líneas de respeto. Y un buen libro de poemas abunda en páginas de respeto, de cortesía.
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Saludos.