Armando José Sequera
El domingo 1º de julio de 1923, la ciudad de Caracas despertó a la europea: cubierta en parte con la neblina que todos los días llegaba por Catia y con la noticia de un inusitado crimen palaciego: la noche anterior habían asesinado en Miraflores, la casa del poder, a Juancho Gómez, el primer vicepresidente de la República.
Este hecho, como muchos otros de nuestra Historia, ha pasado largo tiempo huérfano de quien lo escriba literaria o cinematográficamente, pese a contar con numerosos elementos para ser considerado –incluso sin parches de ficción–, como material literario de primera.
He aquí algunos de los principales elementos: el vicepresidente de la República es asesinado a escasos metros de la habitación de su hermano mayor, el más temido dictador que ha tenido Venezuela; la víctima es, por tanto, el segundo hombre fuerte del gobierno; se encubre el móvil del homicidio porque, según los rumores, deja muy mal parada a la familia gobernante, tanto si es el resultado de una intriga familiar por el poder como si constituye el desenlace de una tormentosa relación homosexual con un miembro del ejército; por si fuera poco, se captura y condena a dos presuntos autores materiales del crimen, los cuales, luego de un breve paso por la cárcel, son puestos en libertad y al poco tiempo aparecen muertos.
Estos y unos cuantos elementos secundarios hacían del crimen de Juancho Gómez un suceso perfecto para convertirse en una novela, una obra de teatro o una película, ya que los múltiples espacios vacíos y oscuros del hecho sólo aguardaban la imaginación de un creador de ficciones para ser rellenados e iluminados.
Sin embargo, debieron pasar más de ochenta años para que ello ocurriera, debido quizás a que la mayoría de los escritores venezolanos no hemos considerado literarizables los múltiples sucesos de nuestro acontecer histórico, a veces por desconocimiento de ellos, a veces por falta de interés en tal temática, no pocas veces por considerar que las grandes tramas sólo se desarrollan en las metrópolis de Europa y Norteamérica.
Ahora bien, la razón por la cual estamos aquí reunidos es porque nuestro común amigo Fedosy Santaella se ha atrevido a ficcionar este acontecimiento.
Él ha elaborado una trama en la que, de un modo creíble, nos expone no sólo lo que ocurrió la noche del sábado 30 de junio de 1923, en la habitación de Juan Crisóstomo Gómez, sino también su porqué.
Para desmontar el enigma que rodeó a este caso, Fedosy se valió de un personaje que, aunque tuvo existencia real, se movió en un mundo de ficción que creó para sí y para la sociedad caraqueña del momento.
Dicho personaje –un ex caletero del puerto de La Guaira que se transformó primero en jugador y luego en un falso noble europeo–, tenía como nombre verdadero el de Víctor Modesto Franklin, pero se hacía llamar duque de Rocanegras y príncipe de Austrasia.
Fedosy transformó a Rocanegras –quien en la realidad pretendía ser una versión criolla de Petronio, el árbitro romano de la elegancia–, en un Sherlock Holmes tropical. Un Sherlock Holmes que, en lugar de un Watson cronista tiene un valet llamado Petipuá, que recuerda al Passepartout de La vuelta al mundo en 80 días.
Estos y una docena más de personajes –entre los que se cuentan los miembros principales de la familia de Juan Vicente Gómez, incluido el dictador mismo–, reviven en esta primera novela de Fedosy Santaella, un thiller histórico que muestra la capacidad narrativa de uno de los escritores llamados a ser, en un futuro cercano, una referencia fundamental de nuestras letras, debido no sólo a sus dotes para el trabajo literario, sino por su entrega a esta labor.
Fedosy es uno de los pocos narradores nacidos en el país que, disciplinadamente, escriben todos los días, pues comprende que el oficio literario es más el producto de una gimnasia mental constante y consecuente que de un ocasional big bam de inspiración.
Los resultados de tal disciplina pueden verificarse en un libro como Rocanegras, en el que están tan bien entretejidos los hilos de la realidad y la ficción que en la trama no se distinguen los límites de una y otra.
Por todo lo anterior y otras razones que no puedo esgrimir sin revelar detalles de la trama del libro, invito a los presentes y a quienes en otros espacios tengan acceso a esta nota a leer esta novela que hoy publica Ediciones B, con la seguridad de que tal recomendación no me va a dejar mal parado.
Una recomendación que hago no por la amistad que me une a Fedosy sino por la calidad intrínseca de una obra que, partiendo de la Historia, tiene el propósito de hacer Historia.
Los libros, por lo general, llevan una hoja en blanco de primera página. Mire usted qué detalle: se le llama hoja de respeto o de cortesía. Nadie se detiene en ella. Creo que deberíamos hacerlo, tan sólo por un instante. Creo que deberíamos también, mientras vamos leyendo, estar conscientes de que, la primera página de ese libro es una página de respecto, de cortesía. Una página que calla. No importa el contenido, no importa la materia: todo libro que tenga esa hoja de respeto contiene la poesía. Esa hoja en blanco es la poesía, es la imagen perfecta de una revelación que no puede ser dicha con palabras. Lo que nos excede, lo que nos colma justo antes de la avalancha de las palabras. Los poetas lo saben. El buen poema está repleto de líneas de respeto. Y un buen libro de poemas abunda en páginas de respeto, de cortesía.
Comentarios
Felicitaciones por su novela!
De las cosas que he leido de ella, esta presentación es la que mas me ha llamado la atención; muy buen escrita ...
Tengo cierta curiosidad en saber en cómo usted construyó su novela, porque el tema está bien de pinga.
Creo que si resolvió bien el cómo abodarla, no dudo en poner su novela entre las mejores de nuestra literatura.
Un saludo,
y continuaré siguiendole la huella ...
El nano ...
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