
Una de las mujeres que allí se encontraba aseguró que había sido la reina Nefertiti, un hombre dijo que había sido prostituta en Francia durante la Edad Media, y una chica que había sido esclavo en la Grecia de Perícles. Me aburrió la falta de originalidad, y quizás, principalmente, la falta de cultura que alegremente se exhibía en dicho show. Porque la verdad es que siempre escucho las mismas historias de “regresiones”. Nadie, pero nadie pasa de Egipto, Roma, Grecia, la Edad Media, y el que más hace alarde de imaginación, se ubica en la improbable Atlándida, pero de ahí no pasan. Nadie ha sido un truchimán en el Egipto que vio llegar a Napoleón y su ejército en 1798. Nadie un simple vendedor de frutas en un mercado de Florencia que alguna vez le vendió mercancía a Leonardo da Vinci, y que nunca se enteró de aquel hombre era un genio de la pintura. Nadie ejerció el honroso trabajo de zapatero en Isla Tortuga durante los tiempos de la Hermandad de la Costa. Nadie se ha atrevido a ser un eunuco en la Constantinopla que vio arder sus edificios por causa de los cruzados en 1204. Nadie un próspero comerciante en Tenochtitlán, o un simple campesino quechua durante el imperio incaico. No, todo el mundo tiene que ser esclavo o prostituta en Roma, porque eso es más romántico, más sensual, más sexy, más chévere. Y los más ególatras y de vida actual menos interesante, fueron Nefertiti o Julio César, caballero medieval o etérea princesa. Por cierto, en ese programa al que me refiero, alguien le preguntó a la reina Nefertiti cuál era el nombre de su esposo, y ella dijo que no sabía, porque en su regresión no llegó tan lejos. ¡Por favor! Se agradece a los expertos en regresiones hagan su trabajo completo, y logren que la gente recuerde todo su pasado. Así le harían, pienso yo, un gran bien a la humanidad, pues sus “regresados” podrían recordar a la perfección grandes momentos sociales y detalles cotidianos de su existencia, lo que ayudaría a antropólogos, historiadores y arqueólogos a despejar dudas sobre algunos asuntillos históricos. Sólo bastaría con buscarse unas cuantas personas con regresiones de un mismo período, digamos, unos cuantos celtas de la enigmática época de Stonehenge, y entonces lo sabríamos todo. Pero lamentablemente esto no ocurre. Quizás haya alguna razón que obedece a designios superiores y ajenos a nuestra comprensión. Quizás porque se quedarían sin trabajo los profesionales que he nombrado, quizás porque podría ocurrir un cataclismo inconmensurable. Recuerdo un cuento de Isaac Asimov donde un hombre buscaba desesperadamente construir una máquina que permitía visualizar el pasado. El problema de la máquina era que mientras más atrás se viajaba en el pasado, más defectuosas se veían las imágenes. Ciertas cosas no deben ocurrir, porque las consecuencias, para la humanidad, podían ser devastadoras. Del mismo modo, los “profesionales” de las regresiones no van más allá porque son sabios respetuosos y concientes de su poder; ellos saben bien hasta dónde pueden llegar. No sé, digo yo, especulo nada más. También puede ser que todo se trate de una simple estafa. Uno nunca sabe, ¿no? En este caso impresiona la facilidad con que la gente se deja estafar, y cómo una vez estafados, pretenden estafar a los demás. Pero pararse frente a una cámara de televisión a decir tales barrabasadas requiere de un cierto nivel de refinamiento. Si yo veo un reloj digital de pulsera en una película de la época de Isabel, La Reina Virgen, se me quita la magia, y no voy a seguir viéndola. Lo mismo ha de pasar con esto de las regresiones. Nadie se cree eso de que: “bueno, yo nada más sé que fui Nefertiti, y no me acuerdo de otra cosa”. Yo, si me pusiera con esas vainas, investigaría un poco más, por lo menos para saber más de la época en que viví y para ver si investigando me acuerdo de otros detalles, o para meter bien el embuste. ¡No digo que hablen egipcio antiguo, pero por favor, que se sepan el nombre del consorte de Nefertiti, quien, para información de la dama, se trata nada más y nada menos que del faraón Akhenatón, aquel furibundo que adoraba al dios sol!
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