La música, eso creo, alguna vez nos importó. La música era parte de nuestras vidas, pero era además parte, sin quizás nosotros proponérnoslo, de nuestro crecimiento espiritual. La música era una forma de relacionarnos con el mundo, de conocerlo y de percibirlo, pieza fundamental de aquello que nos convertía en seres humamos. No era cosa desechable, estaba en nosotros, permanecía en nosotros, nos daba alma. Era nuestra poesía, una forma de conocimiento y de espiritualidad muy específica. Por aquel entonces atesorábamos la música. Los discos, aquellos objetos tangibles, vea usted, se agenciaban como partes de nuestros tesoros del alma. Creo que la relación entre el mundo material y el mundo espiritual (aquello de la res cogitans y la res extensa de Descartes) es en realidad muy estrecha, porque lo espiritual y lo material se unen a través de esa aura poderosa que es nuestra conformación síquica, la energía que nos convie...
abierta al mundo desde 2005