Ir al contenido principal

“Tatuajes criminales rusos”. La vida en la cicatriz


Tatuajes criminales rusos (Oscar Todtmann Editores, 2018) de Fedosy Santaella, es una obra que se sumerge en los territorios de la poesía narrativa, o bien de una narrativa que se inserta y se entrelaza con la poesía. Es un libro fascinante donde el vuelo lírico arrastra consigo también la anécdota. Los tatuajes se van concatenando –como quien ensambla un mapa a punta de retazos– en función de una historia. Y si bien el poema va sobre el tatuaje, en su interior viaja también (de manera simultánea e indisoluble) el relato del tatuado.

Fue el Capitán Cook en 1769, durante sus viajes por la Polinesia, quien registró por primera vez el término tattoo. Lo tomó del tahitiano y el samoano “tatau” y del marquesano “tatu”, en todos los casos: punción, marca hecha sobre la piel. Pero también en esas lenguas polinesias tatú significa remarcar, es una voz onomatopéyica que recoge el sonido del instrumento que penetra en la piel para pintarla. Es el sonido repetitivo de la marca que se remarca hasta que el dibujo se conforma y se hace parte de la carne. Es el traqueteo que fija lo que no deberá ser olvidado.

Las imágenes de Tatuajes criminales rusos tienen una peculiaridad: son imágenes táctiles, son como un queloide, una cicatriz a relieve que no solo se mira sino que se toca. Las figuras no solamente se construyen por medio de la lírica para detonar la proyección mental, sino que están allí sobre la carne. Son también para recorrerlas con el dedo, como la cicatriz que se eleva en una sobrepiel. Son fascinantes, son hermosas, son también perturbadoras, intimidantes, atemorizantes. Allí están reunidos en el mismo tejido cutáneo la hermosura y el terror, la belleza y el odio.

Hay también algo colosal, mastodóntico, gélido, como un escenario de fondo omnipresente para estos Tatuajes criminales rusos. Es la madre Rusia, que nos aplasta con su sombra. Y si bien es madre no es de las que consiente, acaricia, acobija y acoge. Es de las que golpea, castiga, aparta, aísla: para que aprendas, para que crezcas, para que te hagas fuerte. Dirán algunos que no es una mala madre, simplemente te está preparando para las inclemencias de este mundo. Quizás la mejor crianza que te pueda dar es la de la vacuna que te inmuniza para que tengas defensas contra lo abominable. Algo que, en estos Tatuajes de Fedosy Santaella, se podría resumir en frase indeleble que lleva sobre el pecho el convicto de la colonia de trabajo número 5 en Obukhovo, San Petersburgo: “Nunca lo olvides, un día la gente te dejará solo”.

Y, cómo evitarlo, los ecos de esa lejana Rusia nos acaban resonando en un territorio más cercano y tropical. Son otros los colores, son otras las temperaturas, son otras las fisonomías, pero las historias son similares. La misma tragedia, los mismos engaños, las mismas promesas de justicia y bienestar que al final lo único que garantizan es un horror igual pero distinto, en otras manos y con otros protagonistas, pero de idéntica atrocidad. El hambre que sigue siendo el hambre (todas las hambres el hambre), que se disfraza y cambia de contexto, se camufla, pero ahí sigue, ahí vuelve, ahí se siente. Y lo acaba nublando todo.

No son estos tatuajes de Fedosy Santaella de los que están de moda, de los lúdicos, los seductores, de esos que invitan a la mirada para marcar tendencias y contagiar de ganas de hacerse uno parecido a quien los observa. Estos tatuajes duelen, son de verdad. De los que se hacen a hierro caliente, con suela de zapatos, con hollín, cenizas, alquitrán y orine (el orine del propio tatuado, que así se evita infección, eso dicen). No son de los tatuajes que se desean o se añoran, sino de los que se merecen. Es el que te has ganado: por haberte fugado (la mariposa), por haber robado (el escarabajo), por no doblegarte ante la autoridad (estrellas en las rodillas), por haber pagado tu crimen y haber cumplido sentencia (unas campanas), o varias sentencias (unas cúpulas), o bien ese lujo solamente reservado a los condenados a cadena perpetua (la corona de espinas). No eres tú quien escoge el tatuaje, es la vida quien lo ha escogido por ti, la que te lo pone como merecida cicatriz después de haber librado tus grandes batallas.

El tatuaje criminal, nos hace saber Santaella en este poemario fabuloso, funciona como infierno, como purgatorio o como paraíso. Está allí para recodarle –al portador y a quien lo observa– el averno donde se ha estado y las razones que llevaron al inframundo. También sirve, a veces, como expiación: “mírame, confieso que he vivido y que he pagado por mis actos”. Y otras veces está allí como promesa, como única posibilidad de redención: lo que la vida me negó igual me lo llevo conmigo, es esta cicatriz, esta imagen del paraíso prohibido pero que no deja de ser propio. Que aunque sea inaccesible no se deja de añorar. No me tocó pero aquí lo tengo, lo guardo conmigo, es mío, mi paraíso personal a escala.

José Urriola
Ciudad de México, noviembre de 2018
________________________________________________
Tatuajes criminales rusos
Fedosy Santaella
Oscar Todtmann Editores
Caracas, 2018

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Página de respeto

        Los libros, por lo general, llevan una hoja en blanco de primera página. Mire usted qué detalle: se le llama hoja de respeto o de cortesía. Nadie se detiene en ella. Creo que deberíamos hacerlo, tan sólo por un instante. Creo que deberíamos también, mientras vamos leyendo, estar conscientes de que, la primera página de ese libro es una página de respecto, de cortesía. Una página que calla. No importa el contenido, no importa la materia: todo libro que tenga esa hoja de respeto contiene la poesía. Esa hoja en blanco es la poesía, es la imagen perfecta de una revelación que no puede ser dicha con palabras. Lo que nos excede, lo que nos colma justo antes de la avalancha de las palabras. Los poetas lo saben. El buen poema está repleto de líneas de respeto. Y un buen libro de poemas abunda en páginas de respeto, de cortesía.

Breve estética del tatuaje

      El cuerpo, el tatuaje y la libertad       Comenzaré con una confidencia y una anécdota personal. Yo tengo un tatuaje en el hombro derecho, es pequeño, una especie de ave indoamericana que, en mi simbolismo interior y por razones personales que no vienen al caso, suelo relacionar con el Ave Fénix. Esta es la confidencia, ahora la anécdota personal: una vez alguien conocido me vio el hombro en una playa en la isla de Margarita y me dijo algo así como: «¡Vaya, que malote eres!». Quien decía el pesado sarcasmo estaba implicando que yo pretendía ser «malote» por tener un tatuaje. Con ello, sin mayor originalidad, hacía entrar el discurso por una vía de significados más que obvios. Por aquella en la que los tatuajes se relacionan, por ejemplo, con la criminalidad abyecta y nada romántica de los Hell Angels. No obstante, esa visión del mal no resulta descaminada, porque el mal, al fin y al cabo, se encuentra profundamente relacionado con el tema de la libertad. El

Historias que espantan el sueño en PROSOEMA

. Historias que espantan el sueño Editorial Alfaguara, Caracas, 2007. Ilustraciones: Pedro Aguilar. Este libro está compuesto por siete cuentos, varios de ellos, magistrales muestras de literatura de terror para niños y jóvenes. Me referiré especialmente a cuatro de estos relatos que hacen que su lectura se disfrute en verdad: "Yoamoatodoelmundo dice", "La playa solitaria", "El escondite con los risitas" y "La niñera mala". En el primero de tales cuentos, un niño conoce mediante el Chat a alguien que se identifica como Yoamoatodoelmundo. Con quien se oculta tras ese nombre inicia una relación epistolar de amor/odio que lleva a un final parecido a una de las más escalofriantes leyendas urbanas generadas por Internet: la de la doncella ciega (Blind Maiden). Tanto el desarrollo del relato, como su final, han hecho a muchos de sus lectores jóvenes perder el sueño y a muchos padres de éstos reclamar a la editorial por su publicación y a algunas docent