Hoy en la mañana compré Rabbits de David Lynch en la UCV. Como a las 5, ya despejado de trabajo y de lecturas, me dispuse a verla. Mi niño y su nana habían bajado al parquecito. Así que me tiré en la cama y le di al play.
Apenas empecé a ver aquello, no pude más que pensar que uno, como escritor, como creador, está en pañales. Lynch, experto en linchar egos, siempre va más allá. Es un maestro del ir más allá. Aquellos tres conejos (uno macho, dos hembras) con cuerpos humanos —o esos humanos con cabezas de conejos—, la sala de una casa lúgubre, claroscura; los diálogos inconexos que nos recuerdan La cantante calva y lo mejor del teatro del absurdo; los sonidos oscuros de Baladamenti; las recitaciones de palabras oscuras…
…las falsas risas, precisamente de comedia.
Un sitcom que no es sitcom.
Una parodia surrealista del sitcom.
Un sitcom Lynch.
Yo no sé qué «mensajes» profundos subyacen en esta pieza. Sólo sé que yo estaba ahí acostado, y sobre mi boca cerrada, apretada, se dibujaba el holograma de una boca abierta, muy abierta y asombrada.
Lynch una vez más me dejaba en la lona… pero en la lona de la Medusa, porque yo estaba absolutamente petrificado. Todo en Rabbits está pensado de manera tal que el terror se apodere de ti. Un terror metafísico, un terror ancestral. Viendo Rabbits sentí que el maestro Lynch estaba metiendo sus dedos en mi cabeza y que amasaba mis sesos. Es una sensación extraña. Demasiado extraña. Es como si Lynch estuviera transmitiéndole mensajes a una parte de tu mente que tú desconoces. Como si estuviera haciéndote daño. Porque es así: Rabbits hace daño. Por dos razones ya dichas: porque sientes que el director está dándote una lección creativa demasiado poderosa, y porque sientes, además, que está torciéndote el cerebro con su genio delirante.
En una de esas, escuché a mi niño y a su nana en la puerta. Sentí la imperiosa necesidad de parar el filme. Una parte de mí me lo pedía a gritos, por mi propio bien (creo que lo hubiera parado igual aunque ellos no hubieran llegado). Por otro lado, no quería que mi niño viera esas imágenes (atención: no ocurre gran cosa en la cinta: son tres conejos humanos en una sala, y nada más), casi como si se tratara de aquel VHS letal de Ringu. Sí, porque también pensé en eso: que estaba viendo una cinta prohibida, unas imágenes que nunca debieron ser reveladas, que me ensuciaban una parte del alma para siempre. Así que paré Rabbits, y esperé a que mi niño apareciera en el cuarto. Como siempre, entró. Me dijo hola, papi, te quiero, y yo volteé y lo vi y era mi hijo, claro que lo era. El cuerpo de mi hijo, la voz de mi hijo y la cara de un conejo. Ahí mismo entró la nana. Era ella, era su cuerpo, pero su cara también era de conejo. Me senté sobre la cama y los saludé con un simple ¿qué hubo? Ellos no me respondieron y salieron del cuarto. Yo abrí la ventana del cuarto. Entraron los aplausos y un montón de conejos con alas de cucarachas.
Apenas empecé a ver aquello, no pude más que pensar que uno, como escritor, como creador, está en pañales. Lynch, experto en linchar egos, siempre va más allá. Es un maestro del ir más allá. Aquellos tres conejos (uno macho, dos hembras) con cuerpos humanos —o esos humanos con cabezas de conejos—, la sala de una casa lúgubre, claroscura; los diálogos inconexos que nos recuerdan La cantante calva y lo mejor del teatro del absurdo; los sonidos oscuros de Baladamenti; las recitaciones de palabras oscuras…
Sirena lejana.
Una manta vieja y caliente.
Un perro... se arrastra.
Algo va mal.
Algo va mal.
El perro se arrastra.
Luces apagadas.
Un viento.
Oscuridad.
Dientes que sonríen.
Una lengua hinchada…
…las falsas risas, precisamente de comedia.
Un sitcom que no es sitcom.
Una parodia surrealista del sitcom.
Un sitcom Lynch.
Yo no sé qué «mensajes» profundos subyacen en esta pieza. Sólo sé que yo estaba ahí acostado, y sobre mi boca cerrada, apretada, se dibujaba el holograma de una boca abierta, muy abierta y asombrada.
Lynch una vez más me dejaba en la lona… pero en la lona de la Medusa, porque yo estaba absolutamente petrificado. Todo en Rabbits está pensado de manera tal que el terror se apodere de ti. Un terror metafísico, un terror ancestral. Viendo Rabbits sentí que el maestro Lynch estaba metiendo sus dedos en mi cabeza y que amasaba mis sesos. Es una sensación extraña. Demasiado extraña. Es como si Lynch estuviera transmitiéndole mensajes a una parte de tu mente que tú desconoces. Como si estuviera haciéndote daño. Porque es así: Rabbits hace daño. Por dos razones ya dichas: porque sientes que el director está dándote una lección creativa demasiado poderosa, y porque sientes, además, que está torciéndote el cerebro con su genio delirante.
En una de esas, escuché a mi niño y a su nana en la puerta. Sentí la imperiosa necesidad de parar el filme. Una parte de mí me lo pedía a gritos, por mi propio bien (creo que lo hubiera parado igual aunque ellos no hubieran llegado). Por otro lado, no quería que mi niño viera esas imágenes (atención: no ocurre gran cosa en la cinta: son tres conejos humanos en una sala, y nada más), casi como si se tratara de aquel VHS letal de Ringu. Sí, porque también pensé en eso: que estaba viendo una cinta prohibida, unas imágenes que nunca debieron ser reveladas, que me ensuciaban una parte del alma para siempre. Así que paré Rabbits, y esperé a que mi niño apareciera en el cuarto. Como siempre, entró. Me dijo hola, papi, te quiero, y yo volteé y lo vi y era mi hijo, claro que lo era. El cuerpo de mi hijo, la voz de mi hijo y la cara de un conejo. Ahí mismo entró la nana. Era ella, era su cuerpo, pero su cara también era de conejo. Me senté sobre la cama y los saludé con un simple ¿qué hubo? Ellos no me respondieron y salieron del cuarto. Yo abrí la ventana del cuarto. Entraron los aplausos y un montón de conejos con alas de cucarachas.
Comentarios
Me mata de la curiosidad.
Quiero ver si a mi pez le salen orejas de conejo.
Un besazo, F.
que bueno, man, que bueno ... aunque lo hayas dicho un millón de veces, que te marcó la película (como creador, como espectador) hay un doble mensaje que es impresionante, es el cuento y es tu voz diciendo te gustó ... toda esa emoción está ahí...
que bueno...
me acordó la primera vez que vi una película de kubrick, (la naranja mecánica) terminé con un dolor de cabeza muy heavy, de esos que apenas se te quitan con el sueño de la noche, dos pastillas y un baño caliente...
el arte es una verga demasiado arrecha...
salud
.:.
mañana (no) la estoy buscando