Hoy en la mañana compré Rabbits de David Lynch en la UCV. Como a las 5, ya despejado de trabajo y de lecturas, me dispuse a verla. Mi niño y su nana habían bajado al parquecito. Así que me tiré en la cama y le di al play. Apenas empecé a ver aquello, no pude más que pensar que uno, como escritor, como creador, está en pañales. Lynch, experto en linchar egos, siempre va más allá. Es un maestro del ir más allá. Aquellos tres conejos (uno macho, dos hembras) con cuerpos humanos —o esos humanos con cabezas de conejos—, la sala de una casa lúgubre, claroscura; los diálogos inconexos que nos recuerdan La cantante calva y lo mejor del teatro del absurdo; los sonidos oscuros de Baladamenti; las recitaciones de palabras oscuras… Sirena lejana. Una manta vieja y caliente. Un perro... se arrastra. Algo va mal. Algo va mal. El perro se arrastra. Luces apagadas. Un viento. Oscuridad. Dientes que sonríen. Una lengua hinchada… …las falsas risas, precisamente de comedia. Un sitcom que no es sitcom.
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